Hoy empiezo mi post invitando a los lectores y lectoras de Aquí Fue Troya a revisar con atención cualquier descripción comercial sobre un viaje turístico: ¿cuántas veces os habéis encontrado la palabra “auténtico” u otras similares? Seguramente, cuanto más opuesto a nuestra cotidianidad occidental sea la actividad o el destino que hayáis elegido para vuestra búsqueda (por lo lejano, lo poco masificado, lo rural, en suma, por lo diferente), más cargados de elementos auténticos habrá estado su presentación. Tranquilos, que no quiero hablar de cómo el marketing intenta embelesarnos, sino haceros esta pregunta (que seguramente algunos de vosotros ya os habréis hecho): ¿sabemos qué es eso de la autenticidad?
Así pues, con el post de hoy me propongo reflexionar con vosotros sobre “lo auténtico”, y en concreto, sobre su carácter convencional, construido ( no “natural”), o si queremos, inventado. Para hacerlo, me serviré de algunos ejemplos en los que lo auténtico es visto como valor turístico, aunque ya veremos que lo de que se trata de una invención no se limita ni al fenómeno turístico, ni a las relaciones del mercado.
Vamos concretando: viajemos a uno de los lugares más fascinantes y emblemáticos en el imaginario turístico de muchos de nosotros, la Isla de Pascua. Rapa Nui, como la llaman hoy en la lengua local, es el lugar habitado más lejano de cualquier otro existente en el planeta (dista más de 2000 km de las Islas Pitcairn, y casi 3600 de las costas chilenas). Su remota ubicación en medio del Pacífico confiere a cualquiera que ponga los pies allí un notorio avance de posiciones en el ranking del estatus turístico alcanzado. Pero, una vez en el club de los privilegiados, el turista en busca de lo auténtico tendrá que esforzarse un poco más para lograr su objetivo. Sin duda, visitar alguno de los moáis más remotos o darse un buen madrugón para ver con cierta exclusividad las famosísimas estatuas de Anakena o Tongariki, ayudarán mucho a ese tipo de viajero, acercándolo –según él- al origen prístino, conocido sólo por los locales -o más aún, quizás sólo por sus habitantes de otros tiempos-, de la isla y de sus misteriosas esculturas (los moáis son más de 600 según algunas fuentes, e incluso más de 800 según otras, construidos entre los ss. XII y XVII. Como es sabido, además, no están del todo claras las causas que llevaron a los propios habitantes de Pascua a abandonar su construcción, y hasta a destruir las estatuas ya erigidas en sus altares).
Retomando el hilo, ya tenemos aquí algo más de luz sobre el significado de lo auténtico: nos remite casi siempre a un pasado difícil de ubicar cronológicamente con exactitud, y nos acerca a unos otros diferentes, de forma que la experiencia de lo auténtico se convierte en vehículo privilegiado a través del cual el de fuera (en este caso, el turista) accede al interior de ese otro grupo, a lo que ese grupo es.
Lo que somos, la identidad…Un concepto que sin duda ayudará poco a quienes estuvieran esperando una definición simple y cerrada de autenticidad… Veámoslo con otro ejemplo pascuense: el turista de nuestro relato (ya sabéis, aquel que sueña con experimentar lo genuino), frunciría el ceño ante la propuesta de asistir a un espectáculo programado de bailes locales. Lo consideraría una puesta en escena ficticia “para turistas” y, si acabara asistiendo, lo haría probablemente lleno de prejuicios. Ahora bien, si tuviera la suerte de ser invitado a una fiesta privada en la que se ejecutaran los mismos bailes para un grupo de íntimos (locales), podría incluso considerarlo una de las experiencias de viaje más inolvidables de su vida.
Sin embargo, lo que nuestro amigo turista tal vez no sepa es que cuando los rapa nui de hoy cantan y bailan al son de su melodía más típica, el sau-sau, ya sea ante un público que los ciega con sus flashes, o en la intimidad de la fiesta privada en torno a la hoguera, cantan en cualquier caso una canción que llegó a la isla en años muy recientes, en torno a 1940. De origen probablemente samoano, no está claro cómo la aprendieron los habitantes de Pascua: algunos dicen que la escucharon de marineros alemanes que a su vez la habían aprendido en Tahití; otros, de tripulantes tahitianos que la enseñaron a los locales… Sea como sea, las palabras que componen la letra de la canción parecen proceder de un raro dialecto de Samoa, y su significado se añade a la lista de misterios de la isla, como el significado y el por qué de la destrucción de los moáis, o el desciframiento de su sistema de escritura, el rongo rongo.
En fin, volviendo al sau sau, cuando nuestro turista se entera un poco más de su historia, probablemente se pregunte un tanto perplejo (¿hasta fastidiado?) cómo puede ser que una canción de la que los rapa nui ni siquiera comprenden las primeras estrofas (después han añadido otras en su lengua), una canción llegada hace sólo unos 70 años, se haya convertido en uno de los símbolos de esta isla remota, que tan bien se presta a ensoñaciones pasadas, casi míticas…. Pues bien, querido turista que querías vivir la Isla de Pascua de verdad: te has topado con las curiosidades del trabajo cultural, del trabajo de los grupos humanos. Porque los humanos para existir necesitamos relacionarnos, y para relacionarnos necesitamos estar más o menos de acuerdo sobre quiénes somos nosotros y quiénes son los otros, los de fuera. Y a veces creamos identidad buscando fuera, y en tiempos recientes, referencias que nos sirvan a tal fin, y poco a poco las vamos haciendo nuestras, auténticas. Y esto vale para los pascuenses y para todos, en cualquier lugar del mundo.
Hay muchos ejemplos equivalentes al sau-sau en otras latitudes. Uno de los que más suele sorprendernos es el de los kilt escoceses, que, según el historiador E. Hobsbawm[1] “lejos de ser un vestido tradicional highland, fue inventado por un inglés después de la Unión de 1707” Después, las faldas escocesas marcharon en África, vistiendo a los soldados del colonialismo británico. De ellos adoptó el pueblo masái los célebres cuadros negros y rojos con los que a menudo se confecciona hoy la shuka, vestimenta símbolo de este pueblo fascinante…
Y así, llegados por fin al final de este post, queridos lectores y lectoras de Aquí Fue Troya, ¿estáis por casualidad pensando en cuántas otras “sorpresas” hay detrás de nuestros símbolos, costumbres y tradiciones? ¿sospecháis de “lo auténtico” que se nos ofrece por aquí y por allá, ya sea en los rincones más remotos del planeta o en las fiestas de vuestro pueblo, el verano pasado? ¡Ojo que lo auténtico puede ser nuevo, prestado, reapropiado…y nada de eso lo vuelve necesariamente “falso” o “malo”! Aun así, la sospecha puede ser muy sana. Y muy útil para espantar intolerancias, fanatismos, y otros demonios.
[1] Hobsbawm, E. y Ranger, T. La Invención de la Tradición. Crítica, Barcelona. 2002