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El centro del mundo: etnónimos y topónimos pensados desde China

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Después de dos meses viviendo en el gigante asiático, me atrevo -no sin cierta presión en el estómago- a escribir un post que gire en torno a este inmenso país. Poner en práctica la técnica del extrañamiento que Malinowski aconsejó a los aspirantes a etnógrafos no ha sido difícil aquí: mi experiencia en estos meses podría resumirse como una mezcla de fascinación y vértigo al intentar ser-en-el-mundo en un contexto tan lejano, tan diverso y tan rápidamente cambiante.

Quizás una de las primeras lecciones de relativismo cultural que aprendemos los extranjeros nos sobreviene al interesarnos por el nombre de este país. Hay que decir que en la mayoría de los casos, y también en el mío, se trata de un interés que es en buena medida práctico y que se basa en una pregunta muy simple: ¿cómo se dice “China” en chino?. La respuesta deja a los menos informados bastante perplejos, y es que, se mire por donde se mire, “Zhongguo” (中国), nada tiene que ver ni fonética ni históricamente con la forma en la que el mundo occidental llama a este país.

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Ponerle nombre a los lugares y los grupos de personas, es decir, producir topónimos y etnónimos, es una tarea a la que nos vemos impelidos los seres humanos, por eso de nuestro afán de categorizar, de ordenar las cosas para entenderlas y situarlas en nuestro mundo. Y a partir de estos productos de trabajo cultural, y en concreto del modo en que se “pone nombre” a los distintos pueblos, se pueden rastrear muchas cosas interesantes. Vamos por partes: si antes decía que es humano categorizar, etiquetar, hay que añadir que sólo nos interesa ordenar aquello que es importante para nosotros. Y lo que más suele interesar a cualquier grupo humano es su propio grupo. Por eso, como dice Utterman, cuando un conjunto de personas es consciente de su unidad y de su diferencia frente a los demás, se nombra a sí mismo (se confiere un “autónimo”).

Resulta verdaderamente útil para comprobar la validez de la unidad psíquica de la humanidad, ese postulado fundamental de la antropología, ver lo abundantes que son los autónimos en que se proclaman las virtudes del grupo en cuestión: por ejemplo, los inuit, los mapuche, los bantú y los deutsch (sí, el autónimo del pueblo alemán) tienen algo en común, y es que todos se autodenominan “la gente”, “los humanos”. Esta virtud de humanidad es precisamente la más frecuentemente apelada en el ejercicio de auto-conferirse un nombre colectivo.

inuit

Después de nosotros mismos, suscita universal interés el grupo o grupos con los que tenemos que vérnoslas más o menos frecuentemente. Así, cuando se es consciente de que existen agrupaciones cercanas pero diferentes (los otros, a los que tanto me gusta aludir) el grupo se ve en la necesidad de nombrarlos también. Y aquí ocurre a menudo lo contrario de lo que exponía en el caso anterior: poner nombre no es un acto ingenuo, crea nuestra realidad moldeándola según nuestras propias creencias, intereses o prejuicios. Los otros diferentes (quizás enemigos, opresores u oprimidos) son vistos entonces como menos humanos, como salvajes, animalescos… Así resulta que una categoría construida desde la etnocentralidad, como por ejemplo el autónimo “inuit” que veíamos arriba, puede verse curiosamente desmantelada, vista con los ojos, en este caso, de los indios algonquino, que llamaron a los primeros despectivamente “eskimo”, o “comedores de carne cruda”. La creación de un exónimo (un nombre dado a un grupo desde fuera) es también un acto de poder sobre ese grupo, y nuestro universal etnocentrismo tiende a que sea precisamente lo negativo, lo que hace a ese grupo diferente a nosotros en un sentido que consideramos carencial, lo que prevalece.

Pero estábamos en China, y más que de su gente hablábamos de cómo los chinos llaman a su inmenso territorio. Con todo, la autorreferencialidad positiva está muy presente: “Zhongguo” se traduce como “país del centro” (“Zhong” significa centro o mitad, mientras “Guo” es “país” o “nación”). De hecho, la República Popular China sería, en chino, “La República Popular del país del centro”. Una concepción sinocéntrica del mundo y sus gentes los imaginaría como ordenados en círculos concéntricos, cada uno de los cuales albergaría grados decrecientes de civilización. Por descontado, el central, el del “país del centro” sería el superior.

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Existen referencias al nombre de Zhongguo ya en el Libro de los Cantos, la más antigua antología poética china, que recoge –se dice que por encargo del mismísimo Confucio- poemas anónimos de entre el año 1000 y el 600 a. C. Se trata de versos que nos hablan de costrumbres, creencias, ritos, sátiras… Cuando a partir de la Dinastía Han (206 a.C – 220 d.C) el Libro de los Cantos fue declarado oficialmente uno de los Cinco Libros fundamentales para la instrucción de toda persona culta y espirtualmente completa, se contribuyó a la conservación de unos textos que nos permiten conocer hoy cómo vivían y cómo sentían quienes hicieron posible una de las civilizaciones más antiguas y fascinantes de la humanidad.

Es curioso que muchos occidentales descubrimos ahora, en pleno siglo XXI, el verdadero nombre de China, cuando el eje de la economía mundial parece desplazarse incontrarrestadamente hacia el que desde hace milenios era ya, para los chinos, el país del medio.

Fuentes consultadas:

Ramírez Goicoechea, E: Etnicidad, identidad y migraciones. Teorías, conceptos y experiencias. Madrid, CERASA, 2007

Untermann, J., 1992, “Los etnónimos de la Hispania antigua y las lenguas prerromanas de la Península Ibérica”, Complutum 2-3, 19-33 (= M. Almagro & G. Ruiz Zapatero, eds., Paleoetnología).

http://revistatarantula.com/libro-de-los-cantos/


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