Os escribo esto un poco con las prisas antes de irme de vacaciones de Semana Santa, porque he visto que lo comentábamos en Twitter y llama la atención. Ya os digo que no sé si es por las implicaciones morales, por lo que tiene de sorprendente para la mayoría o por la follambre que trae aparejada, pero el caso es que ha despertado interés.
Todo ha empezado con este tweet de Tom Holland:
Caligula: “Have you committed incest with your sister?” Passienus Crispus: “Not yet.” #HowToHandleATrickyQuestion
— Tom Holland (@holland_tom) abril 1, 2015
Para los que no estéis al tanto, que a lo mejor sois dos: admiro enormemente a Tom Holland; y entiendo el tweet como lo que es, un guiño irónico, porque pocas personas comprenden como él la antigüedad y el mundo romano.
Al hilo del tweet, estos días seguramente hayan programado peplum en la televisión hasta que lo aborrezcáis —aquí es probable que me equivoque, porque tengo sin sintonizar la TDT desde hace 6 meses; por favor, no me lo tengáis en cuenta— y veréis a Nerón haciendo de las suyas y escenas con metáforas que no eran suficientemente sutiles como para escapar de la censura.
A menudo, en parte debido a la cultura cinematográfica y al bagaje moral y cultural cristiano que todos nos llevamos encima, me preguntan: “pero esto en Roma era normal, ¿no? Porque a los romanos les iba la marcha cantidad, ¿verdad?”.
Normal.
Depende.
Qué es normal, queridos.

Ahora vamos a extrapolar esto a hace 2000 y pico años y hablamos mejor de qué era normal para un romano medio.
Mos maiorum
Las reglas del juego de la moral romana estaban fundamentadas en los mores maiorum, las costumbres de los antepasados. Para el romano modélico, la rectitud y la perfección morales (la virtus) pasaban por respetar y profesar una serie de conceptos básicos como la pietas, la dignitas, la gravitas… Para las mujeres se unían la pudicitia, la castitas…
El respeto a las tradiciones y a las directrices morales dictadas por los antepasados nos pueden parecer una absurdez en pleno 2015, pero estaban en los mismos cimientos de la civilización romana y eran también su techo: el mundo y el mantenimiento del Estado dependían de la pax deorum: la paz de los dioses.
Y qué rayos tiene esto que ver con el sexo, caramba.
Ya va, ya va…

La relación con los dioses se resume prácticamente en la fórmula do ut des, “doy para que me des”; se trata de un intercambio en el que la posición de bien supremo la ocupa el equilibrio del universo: la pax deorum que decíamos. Habitualmente, acostumbramos a entender este intercambio en forma de sacrificios —cruentos o no—, que se realizan para obtener el favor de los dioses. Honrar el sistema moral de los antepasados es el sacrificio cotidiano, incruento y personal, que contribuye a que el universo mantenga el equilibrio. No tanto porque se conciba literalmente como un sacrificio, sino porque incumplirlo significa destruir la armonía de la pax.
Y de ella dependían la prosperidad y la estabilidad de Roma.
Con la llegada del cristianismo, las antiguas tradiciones fueron ridiculizadas y colocadas en un plano de inferioridad con respecto a la moral revelada; hasta el punto de que Prudencio, un poeta de los inicios del cristianismo, se refiere al mos maiorum como superstitio veterum avorum, algo así como la “superstición de los viejos yayos”.
Calígula y sus hermanas
Vamos ahora al meollo de la cuestión: Calígula, que es quien nos ha traído aquí.
La criatura se llamaba Cayo Julio César Augusto Germánico y era hijo de Germánico y Agripina la Mayor. Por si no lo sabéis, ya os lo digo yo: la gente les adoraba. Germánico y Agripina eran los espejos en los que Roma se miraba. Así, cuando Calígula se convirtió en emperador la alegría era general y genuina. A Calígula le pasa un poco como a Nerón: como gobernantes empiezan bastante bien hasta que en algún punto pierden la orientación completamente.
El punto de inflexión en su gobierno lo marca una grave enfermedad. No sabemos exactamente qué le pasó, hay quien piensa que pudo ser envenenado; el caso es que cuando se recupera ya no es el mismo. Los historiadores romanos le acusan entonces de ser irascible, estar sediento de sangre, ser derrochador y lascivo…

Lascivo hasta el punto de fornicar con sus hermanas e incluso prostituirlas, dicen Suetonio y Dion Casio. Ya os adelanto que ninguno de los dos —ni siquiera Tácito, que también le pone de vuelta y media— son contemporáneos de Calígula. Hay historiadores(1) que debaten la veracidad de estas declaraciones, no por terribles, sino porque este tipo de conductas sexuales, entre otras (por ejemplo las relacionadas con la pasividad sexual, la conducta afeminada o el sexo oral), se relacionan con personalidades enfermas y débiles, y son asociadas a malos gobernantes.
Y volviendo al principio, ¿qué tiene que ver esto con quebrantar el orden del universo?
Algunos conceptos que conservamos actualmente, como “incesto”, tenían significados más amplios en el mundo romano de los que tienen a día de hoy. La palabra latina incestus significa, literalmente, “no casto”. No estaba tan relacionado con la consanguinidad como con la impiedad y el sacrilegio. Incestus significaba quebrantar
- la pietas, que era a la vez la devoción a los dioses, el deber y el respeto a los antepasados;
- la pudicitia, uno de los pilares centrales de la moral romana: la modestia, entendida como templanza, comedimiento y virtud sexual; se entiende habitualmente como una virtud intrínsecamente femenina. Cuando un hombre exhibía un comportamiento abiertamente desafiante a las normas sexuales se le acusaba de impudicitia, es decir, que el concepto resultante no sólo le censuraba moralmente su actitud, sino que le arrastraba al campo de lo característicamente femenino.
- la castitas, la pureza, en un sentido marcadamente religioso y no necesariamente sexual.
- la gravitas, el auto control.
Entre otros.
Yéndonos a un caso práctico, se consideraba incestus mantener relaciones sexuales con una sacerdotisa vestal, por ejemplo. Las vírgenes vestales, como ya sabéis, custodiaban el fuego sagrado de Vesta y con ellas se relacionaban la continuidad y la estabilidad del estado romano. El quebrantamiento de la castitas de una vestal suponía el advenimiento de prodigia (fenómenos naturales que marcan la inminencia de catástrofes) y era considerado un acto de alta traición, que se castigaba con la muerte. Ya que derramar la sangre de una vestal estaba prohibido, la condena se llevaba a cabo enterrándolas vivas con comida y agua suficientes para unos pocos días.
Como veis, la conducta sexual no es algo que la moralidad romana descuidase. En ocasiones no sólo tiene una dimensión política, influye incluso en el orden del cosmos.
Resumiendo
Cuando nos acercamos a la moral romana lo hacemos a menudo observándola a través de la lente que han impuesto en nosotros las críticas de los primeros cristianos, la imagen distorsionada de las ficciones cinematográficas e, incluso, escenas puntuales que nos han sugerido los propios escritores romanos. ¿Quiere decir esto que ciertas prácticas fueran habituales, siquiera admitidas socialmente? No necesariamente.
No eran ni más ni menos humanos de lo que lo somos nosotros, con todos nuestros defectos, nuestra grandeza y nuestras pasiones. En eso no hemos cambiado mucho, la verdad.
¿Y ahora qué hacemos con Calígula?
Creo que lo suyo es dejarlo como está: a la cultura popular es difícil quitarle los juguetes.
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(1) YOUNGER, J., Sex in the Ancient World from A to Z, Londres: Routledge, 2005.